No es mi culpa, es culpa de mi mente

 

Entonces entró mi mente al salón y se sentó, como cualquier otro estudiante, en su pupitre. 
Sí. 
Mi mente. 
La que me putea todas las mañanas por no pararme al gimnasio y cada noche duerme con las que sí van. Esa mente que me ordena responderle a los putazos a mi mamá cuando me saca la piedra así yo no lo quiera. Es mente que viola mi ser relajado con videos sobre como no lograré ser nadie en el mundo. Maldita mente amante de la idea de fracaso, a quien consiente cada vez que miro al horizonte. 


Esa mente entró al salón de repente. Mis compañeros de clase la miraban raro obviamente, pensaban “¿qué putas hace una mente acá sentada?“ y los llevó a cuestionarse donde andaba la mente de ellos. Era suigéneris ver mentes deambulando por la calle, en los centros comerciales, en las iglesias o en los salones de clase. Más normal era ver mentes alrededor de mujeres lindas, detrás de los exnovios y en las oficinas toda la noche, ya que allá se quedaban obligando a sus dueños pasar la noche en vela. Pero lo que si es completamente desfachatado es ver al dueño de la mente al lado de su mente. ¿Quién carajos logra tener a su mente en su mismo espectro de tiempo y espacio? 
ESO JAMAS PASA. 

Puede que suceda por momentos cuando la vida te devuelve de un solo tirón al presente; después de un accidente automovilístico, por ejemplo, solo se ven mentes acompañando al sobreviviente, pero al día siguiente el sobreviviente va al trabajo y su mente se queda en el lugar del accidente por varios días, varias semanas y varias pesadillas. A veces el dueño de la mente pasa de nuevo por el lugar del accidente, saluda a su mente con un suspiro y sigue su camino. 

El famoso psicólogo Kanfousky explica que las mentes son libres y mientras menos cerca estén a su dueño, más naturales se encuentran y sus dueños más libres o despreocupados son. Por eso es que le invertimos tanta plata y tiempo al cine, al arte, a la música, a Tiktok, a los Óscares y a la marihuana: para que nos hagan la enorme labor de llevar nuestras mentes a pasear. De vez en cuando las mentes se andan por ahí y claro está, esos talleres de meditación u oración o algún coach carísimo de mindfullness, devuelven mentes a sus cuerpos. Pero la gente tarde o temprano pierde el interés, pues finalmente se preguntan ¿para qué tener la mente tan cerca, tan dentro? y cuando menos se lo esperan, las mentes se vuelven a escapar. 

Por eso cuando vi a mi mente entrar al salón de historia me pareció rarísimo, hasta osudo. Que tal que todas las mentes de mis compañeros empezaran a asomarse para juzgar que hacia la mía sentada en un pupitre mirando al profesor como si fuera uno más del salón. 
¡Qué oso! 
No, no, no, no…
 Empecé a intentar botarla por la ventana preguntándome en que andaba la gente allá afuera, a ver si se iba con la señora encartada tratando de montar el coche del bebé al baúl del carro. Pero, juepucha si que mi mente estaba tercamente sentada a mi lado. Empecé a intentar de todo. Saqué mi celular, abrí todas las aplicaciones, abrí el libro de historia, le puse a Natalia (mi crush de toda la vida) en frente para que se llevara mi mente y parará de hacer tremendo papelón. El miedo se asomaba por la ventana, sintiendo a mis compañeros, sus mentes y pronto sus redes sociales, que le iban a informar al resto de mentes del mundo que mi mente estaba en clase conmigo y no se me despegaba. Auxilio. PERO NO, a pesar de mis esfuerzos, la malparida seguía ahí y convertía todas mis distracciones en triviales cortinillas de fondo del ahora. 
Como me lo esperaba, comenzaron a llegar las mentes a mirar por la ventana y por la puerta del salón. Se miraban entre ellas con extrañeza. 

¿Qué estará pretendiendo la mente de Miguel? ¿Por qué no parchará con nosotras las mentes y para de hacer tanto show?

Las mentes usualmente parchan entre ellas correspondientemente como sus dueños parchan entre ellos. Y cuando medio se alejan de su grupo, el dueño la obliga a volver. Entonces se empiezan a parecer mucho entre ellas; la osmosis de pensamientos las hace vibrar igual y crean modas entre ellas, también llamadas mentalidades, que eventualmente se reflejaban en sus personas. 

San Agustín lo explica mejor: 
“Si no actuamos como pensamos, pronto terminaremos pensando como actuamos.”

Ya la gente del salón estaba sacando sus celulares para grabarnos juntos y no… marica ¿Qué hago?. Medidas desesperadas. Me paré y me fui al baño. Y ahí si no me sigue la hijueputa. Se queda en el salón. 

Jodidos estamos los que no tenemos el control de nuestra mente. 

Y para pensar que hacer, necesitaba mi mente que ahora ya no estaba conmigo. Estaba completamente fuera de mi piloto automático, de mi zona de confort, de mi modo avión. Yo en pánico y mi mente en anarquía. Como era de esperarse, empieza una gritería tremenda dentro ese baño: las emociones anunciando a grito herido 

¡Ataque de pánico! ¡Ataque de pánico! 

Qué alboroto tan hijuemadre el que estaban haciendo. Me restregué los ojos con las manos e intenté respirar. ¿Cómo las callo? ¿Quién controla las putas emociones? ¿La mente? Y ¿Qué opción hay cuando la mente esta más rebelde que las otras? ¿Y a la mente quién la controla? ¿La conciencia? No marica, no empecemos con esa grilla de mierda. AYUDA. En serio. AYUDA. 

Llevaba por lo menos 20 minutos sudando frío, con una sensación de papa en la garganta, presión en la cabeza y mirándome a los ojos en el espejo sin mente, con pánico, cuando entró la mente al baño de hombres del edificio de secundaria. Se quedó mirando el orinal y empezó a irse por escaleras de Duchamp. Tuve un halo de esperanza. Si mi mente está aquí, puedo salir del ataque y, de pasó, la saco del salón y la vida vuelve a ser normal. Pero se empezó a ir la mente de nuevo y con ella, mi raciocinio.
 Pánico de nuevo. 
AYUDA. 
Volvió. 
Se fue. 
Pánico. 
Ayuda. 
Volvió. 
Se fue. 
REPEAT. 
Hasta que se cansó y yo también. Entonces ambos nos sentamos en el piso del baño mientras las emociones se esfumaban por la ventana con una exhalación profunda. Me volteé a mirarla rayado. Estaba bravo con mi mente, me hizo pasar una mal rato en su casa del terror inescapable. Su hobby es torturarme y eso me emputa. Me dijo “No me mires mal. Todo esto es tu culpa. Tu eres mi dueño.” 
Perra. 
Tenía razón. 
Nada peor que tener a tu peor enemiga como mente. Nos calmamos juntos. Nunca llegamos a la reconciliación, pero por lo menos a la calma. Y en aquella calma mi mente me abandonó de nuevo para irse con mi abuelo y sus cuentos. Este no era un mal viaje.

Mi abuelo solía sentarse cual cuentero de Usaquén a echar el carretazo de cómo las mentes no eran enemigas de sus personas. De hecho, siempre estaban cerca; en sus cerebros, en sus casas, en sus óleos, en sus escritos; inclusive, se quedaban en la habitación cuando sus dueños hacían el amor. Mi abuelo nos contaba como la mitad del Bogotazo en 1948, eran mitad personas y la otra mitad mentes, como un solo pueblo. No se cansaba de sus historias, yo tampoco la verdad y mi mente mucho menos. Eran tan espectaculares sus cuentos, que paraban de se monólogos y entraba la mente de mi abuelo a contar también. Ella contaba cómo se había enamorado de 3 diferentes; de mi abuela, de su mente y de su alma. Y al tener esas tres, nunca se interesó en amante, aunque las propuestas le llovieran. 

Días me podría quedar contando sobre mi abuelo, pero en medio de este viaje color sepia que me había llevado mi mente, algo se conectó. Y ahí sentados en las baldosas frías del baño, nos hicimos una pregunta epifánica. ¿Por qué mi abuelo fue tan feliz con su mente tan cerca? 

La pregunta generó una especie de tregua con mi mente. Ambos estábamos cansados. Yo sabía que mi mente era brillante y fue bueno sentirla de mi lado por primera vez. Le echamos cabeza. 

“¿Será que mi abuelo era amigo de su propia mente a diferencia de nosotros?” pregunté yo medio echando un indirectazo. 

“O sea que ¿tenemos que hacer las paces con nuestro secuestrador?” me devolvió la pregunta mi mente con un indirectazo aún más puntiagudo… marica, ¿secuestrador yo? Pff qué le pasa. 

“¿Será que la clave del éxito es hacerte caso en todo?” continué el jueguito de pregunta pregunta.  

“pff… no tendrías amigos, ya habrías alejado a todas las personas de tu vida y hubieras acabado con tu autoestima, pues lo que te queda” me dijo mi mente condescendiente e hijueputicamente. 

Nos miramos al fondo de los ojos, donde nacen los momentos. Y mi mente me echó un chispazo de luz. Una imagen relámpago de mi abuelo. Un abuelazo, un esposo, hermano, papá, trabajador, amoroso, carismático, exitoso, caballero.

Pero esa vida no fue gratuita y seguro su mente lo revolcó en decisiones, pensamientos y emociones que le debilitaban su fuerza de voluntad.

Malditas mentes víctimas de la costumbre y la comodidad.

Pero esa misma mente le enseñó a contar cuentos.

Benditas mentes capaces de dilucidar varias dimensiones.


Sonreí y le dije a mi mente “Eres un parásito que me acaba vacunar contra sí misma”

“Yo sé” respondió

“Estabas para destruirme. Destruir mi confianza, dudarme cada acción, cada inacción, cada palabra, cada intensión y hasta cada pensamiento proveniente de ti. Me obligaste a permearme en las mentalidades de otros para no sobresalir. Me invadiste por dentro con sentimientos de venganza e inseguridad. Me hiciste hacer el ridículo frente a Natalia. Me has jodido mi vida entera. Me has inyectado la cizaña que ha acabado con todas mis relaciones. Has sido una batalla constante que he peleado y fracasado frente al espejo.  Pensé que la solución era alejarte. Kanfousky de mierda. La idea no es que seas libre, la idea es que yo no sea tu prisionero. Gracias. Como mi abuelo lo hizo, ahora las decisiones las tomo yo. Tu piensa lo que quieras, vete donde sea, persigue a Natalia hasta agotarla, pasa las noches en El que hubiera pasado si…, pero eso no quiere decir que yo lo vaya a hacer también. Pararé de pedir perdón en tu nombre. Y si estás en un salón conmigo más te vale darme grandes ideas y no solo sabotearme el momento. Hasta que no aprendas a darme buenos pensamientos, no te haré caso. Ahora mando yo.”

Mi mente me miro perpleja. Había perdido su poder.  

Me puse de pie, me eché agüita en la cara y emprendí mi camino de vuelta al salón. Sin mirar atrás sentí una mente obedeciendo mis pasos. 


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