Soliloquio de una escapista
Y acá estoy otra vez, esperando que un rayito de sol entre por la ventana y me caliente la piel de gallina. Siento que, si me despego de lo presente, no importa. Como si lo que importara fuera el estar aquí, sentada con piel de gallina mirando al frente, pero pareciera que, si la mente divaga por el tiempo y la dimensiones, a nadie le importa ni siquiera a mi.
Entonces me escapo. El cuerpo quieto y los pensamientos libres. Sin un porro, sin una traga, sin un sueño. Me voy, sobria, los lunes a las 4 pm a viajar a cualquier lugar. Me escapo por el pasado, por lo hipotético, por el futuro y por el que hubiera pasado si, sin tener que dejar la adultez, la responsabilidad; la “presencia”. Saludo a mi exfuturo, le agarro fuerte las manos y le hago preguntas sin respuestas, le doy un beso con sabor a lágrimas y me despido de nuevo. Voy al futuro y saludo a mi futuro, al que no me dejará ir, le digo que ya voy por él. La lágrima humedece el tapabocas. Hablan de Hamlet en clase, de Otelo y de Enrique IV. Acto seguido me puteo a mi misma por no conocerlos, no entenderlos, por no haber dedicado mi tiempo a leerlos y haber leído a los novios en su lugar. Básica… talvez. Honesta… también. Entonces, me siento mal por donde he venido a parar, por cómo estoy, dónde estoy y decido irme de nuevo. Ya vengo.
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