Sin saber hasta cuando
Era cuestión de sentarse en un banquito en el parque. Cualquier banquito, cualquier parque. Con eso ya se resolvían muchas cosas para el viudo Ramiro. Ramiro trabajaba de chef en un reconocido restaurante italiano, en Madrid. Perdió a su esposa debido a un cáncer. Tal cáncer también se llevó la razón para vivir y el disfrutar de cada ducha cada mañana o de sus propios brownies recién salidos del horno. No, esos placeres ya no bastaban, eran demasiado finitos e incompetentes a la hora de llenar lo infinito del vacío. Finalmente la vida siguió y Ramiro se distraía y en eso constaba su vida, en distraerse. Plata no le hacia falta, solo quería seguir trabajando en el restaurante para distraer la tristeza y entretenerse con las historias de amor de los cocineros más jóvenes. Tuvo un hijo, Andrei. Andrei era realmente un ciudadano del mundo, estudió aquí y allá y ahora trabaja aquí y allá. No es casado; es millennial, pero tiene sus mujeres aquí y, claro, allá también.
El estrés que se vive en Master Chef, Ramiro lo había vivido desde que se graduó de culinaria en Roma hacía ya bastantes años. Y había entendido también la importancia del cigarrillo en sus platos. No que le agregara nicotina a su sopas como condimento, sino que entendió que el tiempo de un buen cigarrillo, mientras incendia sustancias dañinas, enfría las sustancias dañinas de la mente, los impulsos agresivos y las ganas de morir. No existen las recetas perfectas, pero para Ramiro un cigarrillo Camel prendido con fósforo y un banquito en el parque en otoño, se le asemejaba bastante. Tenía la certeza que si Hitler, Mussolini o Britney Spears hubieran contado con su banquito y un cigarrillo, mejor decisiones se le habrían presentado al mundo.
Y fue un día de esos, en el que necesitaba de su receta de mindfullness o alguna maricada de esas que termina siendo lo mismo. Así que antes de despachar aquel Bistecca alla Fiorentina, que le dio guerra, salió por la puerta de atrás del restaurante y sintió el aire invernal pegarle en su barba. Cruzó la calle y en un parquesito escogió un banco, no siempre escogía el mismo pues no quería rayar con la monotonía. Llevó a cabo su ritual de enfriamiento de cabeza como para no despedir al nuevo lava platos del restaurante mientras miraba unos jóvenes parecidos a Andrei en su celular con cara de sorpresa y un perro indeciso de donde mear. “El frío vivifica” una frase que decía su papá cada vez que abría la puerta en el invierno de la Toscana. "Meh… El frío no vivifica" pensaba, "el frío es lo que llega después de la muerte". Volvió. Entregó el plato. Se quedó un tiempo más después de la clausura del restaurante, pues cerraron temprano y no quería volver a casa. ¿a qué?
Fue ahí cuando se enteró de lo que pasaba en el mundo, pues no leía noticias. Todos los empleados del restaurante discutían la terrible situación mundial. Un virus. Se originó en Japón. Nadie sabe bien cómo porque hubo varios actos ilegales por parte del Estado japonés, y todos sabemos que cuando un Estado la caga, no cuenta nada. ¿El virus? Se transmitía a través de la piel; las toxinas del sudor son más permeables y viajadoras de lo que creemos. Atraviesan, inclusive, la tela, empezó a ser necesario vestirse con prendas de plomo. Era el virus triste. Al contagiarse, la persona sentía tristeza. En muchos casos la rabia también era un síntoma y las personas más críticas experimentaban estrés, rencor, soledad y dolor en las partes ya muertas de su cuerpo. Este virus desencadenó varios problemas económicos, políticos, ambientales y sociales. Guerras por plomo. Fronteras cerradas. Vacunas falsas. Presidentes tristes. Y la peor de todas, personas solas. Miles de psicólogos salieron a decir que no hay que temerle a la soledad, pero hay que temer enfermarse de ella.
Ramiro quedo atónito. Llegó a casa y prendió aquel televisor viejo que le dejó Andrei antes de irse a estudiar a Estados Unidos. Las noticias eran escalofriantes. 200,000 casos en el mundo en tan solo 3 semanas. Los médicos jamás habían visto un virus tan contagioso y tan devastador como el de la Tristeza Crónica. Las noticias informaban que el objetivo final del virus era llegar al corazón hasta matarlo de Tristeza. Exponían como, al ser contagiada, la persona inicia con ojos llorosos. Hay que evitar el contagio y aislarla completamente. Esto puede incrementar los síntomas para el enfermo pero protege al resto de la humanidad del virus. Luego se le empiezan a notar los moretones en el pecho y los brazos que empiezan a morir debido a la falta de contacto. De 2 a 3 días después llega el insomnio, la caída de pelo y las arrugas pronunciadas en la cara. El día 4 por lo general el llanto cesa y es remplazado con una mirada perdida. Los órganos del cuerpo comienzan a colapsar uno a uno hasta que finalmente los ojos terminan de amarillarse y con su luz se apaga también su corazón. Según las noticias que miraba Ramiro esa noche impactado, los enamorados tenían esperanza de sobrevivir. La compañía de familiares y amigos, en el 14% de los casos, salvan al paciente pero se contaminan ellos, haciendo del virus una cadena interminable, exponencial y hasta circular.
Pasó la noche en vela. Al día siguiente, Ramiro estaba agradecido de sentir cansancio, pues dormiría mejor esa noche. Al llegar al trabajo, fue interrumpido por el pobre idiota millennial dueño del restaurante. Dijo que todos debían volver a casa de inmediato ya que hubo un caso de Tristeza en el restaurante y todos estaban en riesgo de contagio. Ramiro volvió a casa. Llamó a Andrei, quien contestó llorando. Ramiro le suplicó que dejara de llorar, que peleara contra la tristeza con todas sus fuerzas; que de ser necesario, viajara a Madrid para acompañarlo sin importar el contagio. Andrei le agradeció pero negó su propuesta pues tener el vacío de ambos padres tenía que ser peor que sufrir de Tristeza.
Colgaron.
Ramiro quiso llorar pero no lo hizo y de inmediato sintió la necesidad profunda de su receta especial: Camel y un banquito. Pero no podría salir y sin saber hasta cuando. Consideró de todo, fumarse el cigarrillo dentro de su casa, imitar un banco con las sillas de la sala, abrir una ventana, pero ninguna de sus ideas parecían tener sentido. Largo rato para estar con él mismo, pero prohibido sentir soledad; largo rato para extrañar, pero prohibido llorar; largo rato para pensar en el sufrimiento del mundo entero, pero prohibido empatizarlo; y largo rato para cocinar algo, una nueva receta para la calma, un sentido de vida o talvez con unos brownies eran suficiente… por hoy.
Pasaron días, hasta semanas. La cuarentena seguía en España y en 156 países contagiados de Tristeza, el resto sin Tristeza todavía. Ramiro sentía desesperación pero inmediatamente se resistía a desesperarse pues era uno de los síntomas, igual le sucedía con el rencor hacia los japoneses y el estar solo en su casa. El abastecimiento de alimentos era grave, el hambre comenzó a ser causal de Tristeza y se llegó al punto donde no era ni siquiera necesario contagiarse para contraer Tristeza. Los casos ascendían a millones y las muertes sobrepasaban el medio millón de personas.
Pero y ¿entonces? ¿cómo sería la vida de ahora en adelante? Si la Tristeza lleva a la muerte ¿qué lleva a la vida? ¿la felicidad? La felicidad no existe sin tristeza ¿o sí? ¿Quién esta a salvo? ¿los felices? Nadie puede sentir felicidad plena en un mundo tan agobiado ¿o sí? ¿los enamorados? Con razón todos se descargaron apps para encontrar el amor. Pero no pueden ir a la cita. ¿si es amor? ¿el amor es lo opuesto a la tristeza? ¿por qué repentinamente las consecuencias del alma se vieron reflejadas en el cuerpo y las del cuerpo en el alma? Hay ganas de ayudar, claro que sí pero hay ganas de sobrevivir. “Primero yo, segundo yo, tercero yo y lo que sobre para los demás.” era el slogan de las campañas sociales en tiempos de crisis. Siempre lo ha sido.
A mediados de primavera, Andrei murió. Una de sus mujeres, la chilena, se tomó la molestia de llamar a Ramiro y contarle la triste noticia sin llorar para no contraer Tristeza. Ramiro llevaba tanto tiempo resistiendo sus emociones para no enfermarse que no le costó tanto trabajo hacerlo una vez más. Pero al día siguiente su pecho tenía moretones. Dolía y punto. Ramiro resistió con todas las fuerzas que le quedaban y se propuso distraerse con lo que estuviera a su alcance para no contraer Tristeza. Subía a la azotea a fumar su cigarrillo Camel, se daba gustos gastronómicos, gastó sus ahorros en regalos para él mismo, inclusive, buscó compañía en alguna mujer que le pidió que firmara un papel diciendo que no sufría de Tristeza. Así era su vida igualmente, distracciones, solo que esta vez debía hacerlas más ruidosas, más grandes y mas estridentes porque su vida estaba en juego.
La crisis mundial avanzaba y avanzaba, las muertes por Tristeza ascendían y ascendían aún más que las muertes en las guerras por plomo. Era verano. La gente en sus casas. Ramiro se distraía fuertemente hasta que no hubo mas plata para cigarrillos, ni ingredientes lujosos, ni whisky, ni mujeres de compañía, ni Andrei, ni el amor de su vida. Llegó la angustia pero Ramiro la echó fuera, seguida de la ansiedad, quién se quedó a dormir varias noches pero también fue arrojada a la calle, y eventualmente llegó.
La libertad.
Ramiro comenzó a llorar, se permitió sentir el desespero y la agonía, la distancia y la soledad, la falta de amor, el rencor, la rabia, el abandono, la apatía, la culpa, la decepción, la intranquilidad, la ansiedad, la incongruencia y finalmente el desapego. Su pecho empeoró, sus arrugas se acentuaron y sus ojos cada vez más amarillos. Pero en medio de todos los síntomas devastadores de la Tristeza, sintió libertad. Fue libre de las distracciones, de reprimirse y de ignorar. Se acercaba la hora de ser uno más de la cuenta masiva de muertes de la pandemia y él lo sabía. Pero había valido la pena. Por que así fuera por unos 5 o 6 días había podido ser libre. No fue feliz, pero fue libre e inclusive disfrutó de la Tristeza. Hizo honor a su esposa con lágrimas y a su hijo con plegarías, sollozó justamente por los fallecidos y más importantemente pudo volver a salir al parque, escoger un banquito y fumarse un cigarrillo Camel que compró con lo último que tenía.
Ramiro murió, pero vivió. “El frío no vivifica, pero talvez la tristeza sí” pensó. Tan solo 6 días, pero 6 días con una tristeza bien vivida porque ser preso del miedo y peor aún de la felicidad forzada que “cura” la Tristeza, era peor y más aun sin saber hasta cuando.
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