Atuta a tres voces

Atuta
A tres voces

Esta historia le pasó a un amigo de un amigo de un amigo de tantos amigos que se volvió cuento.

Catalina

Terminé con Atuta hace siete meses. ¿Por qué las almohadas de Atuta se despertaron ensangrentadas hoy? ¿Por qué terminamos? ¿Por qué le dicen Atuta? Todas esas preguntas se responden con una misma historia.


Juan Felipe

Cata me genera nostalgia. Ya estoy con Mari, estoy feliz y espero que Mari no lea esto, pero debo reconocer que Cata era la novia ideal: una hembrota oji-gris con un cuerpazo y eso que lo físico ni siquiera era su mejor activo; la vieja caía bien a donde la llevara, super culta, bailaba como nadie, pervertida e independiente, eso sí, tal vez demasiado. Terminamos porque yo me iba a Cancún de excursión de once y nadie es tan imbécil como para irse ennoviado a un paseo que solo pasa una vez en la vida. Desde que terminamos se puso aún más buena.
¿Las mujeres y el reggeatón por qué hacen eso cuando uno está entusado?
Cata después estuvo con el imbécil de Atuta y a raíz de ese cuentazo casi me parten la jeta anoche, pero obvio no me dejé.

Atuta

¿Por qué le rompí la cara a Juan Felipe? ¡Puta! ¡Enserio no me hagan contar este cuento otra vez!
Fue hace un año y yo estaba cuadrado con Catalina. La verdad yo soy un romántico de esos que sigue Acción Poética en Instagram y guarda las frases para escribírselas en algún mensaje a la mujer que amo. En su momento era Catalina. Mis amigos me dicen que todavía la tengo muy enaltecida pero juepucha, la verdad, ella era infinita. Cualquier tema lo desarrollaba con algún dato o cuento interesante, ella era la que me abrazaba para poder llorar tranquilo porque entendía que intentar descifrar el lloroseo, lo hace a uno sentir patético; ella era la que se veía chusquísima en una fiesta pero jamás ordinaria, ella era la que se me acercaba y al oído morbosamente me invitaba al baño en un evento social, ella era la que se la llevaba bien con otras mujeres de entradita y no se hacia videos de rivalidades o celos güevones. Agh ella era el libro de mi vida, pero yo tan solo era un capítulo en el de ella. Me faltaba mucho y aceptarlo solo me taladra más el autoestima y los prospectos de futuras novias cuando se cuadren con Atuta… que desgracia tan infinita.

Llevábamos diez meses juntos y yo era feliz. Le encantaban las sorpresas y me atrevo a decir que mis detalles eran, más o menos, lo que la convencían de estar conmigo. Entonces, para su cumpleaños decidí armarle una sorpresa. Pero hay un precio que se paga cuando se juegan todas las cartas del detallismo desde un principio, y es que te quedas sin cartas que corran el champú. Es decir, la sorpresa no era suficiente.
Por lo tanto diseñé una estrategia. Pensaba que entre más profundo el valle, más alta la montaña de emoción y de amor por mi en su cumpleaños.

Catalina

Me levanto en el segundo piso de mi casa y en el segundo piso de mi vida. 20 años. Me sentía toda una adulta. Juré que cuando me despertara, Atuta me iba a tener el cuarto lleno de bombas de helio o alguna carta de corazones o un camino de chocolates hasta el baño o un desayuno mientras la filarmónica de Fonseca tocaba en la cocina “Prometo” con Atuta disfrazado de Romeo en un corcel blanco. Pero no y la verdad, fue una especie de alivio. No quería empezar la tercera década de mi vida con ese hastío que tuve en el día de la mujer ese mismo año.

Estaba en una clase de cien personas en la universidad, cuando de repente, entra Atuta con una rosa roja en la mano. El salón se mutó, los universitarios no tuvieron que voltearse a mirarlo porque entró por la puerta junto al tablero. Se puso del color de la rosa al sentir las cejas del profesor elevarse ante su entrada; mirando al piso, atravesó el salón hasta mi fila, se pasó por entre la gente como si hubiera llegado tarde a cine, me entregó la rosa con ambas manos sudorosas sin decir nada y buscó darme un pico, que terminó siendo un beso entre entre la frente y la oreja. Con un sofoco vestido de sonrisa traté de hacerle una cara amable y di un gracias en voz baja mientras encogía sutilmente los hombros. Me miró con ojos expectantes por un micro momento, pero al caer en cuenta que el contacto visual no era una opción, optó por buscar la salida. Se volteó y sin saber qué hacer con sus manos que ahora estaban vacías se peinó una ceja y luego se cruzó de brazos. Volvió a pasarse por entre las personas suscitando un “con permiso” que no se le entendía bien. Finalmente salió por la misma puerta por la que entró todavía cruzado de brazos, culminando los únicos 130 segundos de absoluto silencio en la clase de econometría del día de la mujer.

Creería que solo se pueden sentir dos cosas en esa situación, las ganas románticas de suspirar o urticaria pura por todo el cuerpo.
Es que… ¿Quién celebra el día de la mujer?
A mi me pareció cursi… pues… lindo pero me dieron ganas de rascarme la cabeza. Todo esto para decir que no me quería sentir culpable en mi cumpleaños por no valorar todo su esfuerzo, sin embargo mi sentimiento de culpa tuvo otra causal.

Yo se lo que están pensando y sí. Sí había pensado en terminarle pero me valoraba como que me lo merezco y ya venía Navidad y año nuevo y luego mi cumpleaños, entonces no encontraba el momento ni las razones. Excusas.

Desde el segundo piso de mi casa no se oye absolutamente nada de lo que pasa en el primero, entonces pensé que mis papás no estaban. Pero me entró la amargura cuando bajé a desayunar y mis papás sí estaban. No me tenían regalo, ni siquiera me felicitaron. Myriamsita, mi empleada, tampoco me felicitó. Cuando miré mi celular ninguna de mis amigas me había escrito, ni preguntado cómo quería celebrar o había publicado foto conmigo. No creo que ninguna mujer debería rogar amor y todavía lo creo, es por eso que no me iba a poner a la tarea de acordarle al mundo su tarea de felicitarme. Ya había instaurado el Poker Face del alma cuando me entra una llamada de Juan Fe a eso de las 11 am.

Juan Felipe

Yo sabía que tenía hueco a las 11 am porque a veces la veía en el Starbucks a esa hora. No crean que tenía malas intenciones, sencillamente la quería felicitar, pero cuando me contestó noté un tono necesitado de atención.
¿Queee? ¿Catalina Aristizábal necesitada? Imposible.
Cualquiera hubiera pensado que para esa hora ya tendría 150 mensajes atrasados y las llaves de un Mini Cooper con moño gigante entre su cartera. Es más, pensé que ni me iba a contestar, pero nada perdía llamándola. Me dijo que sentía olvidada. Le dije que la invitaba a almorzar después de clase. La intrepidez no era morbosa, era por su cumpleaños, aunque preferí no contarle a Mari porque sería hacerle daño y ¿para qué? Le dije que tenía futbol.

Catalina

Atuta pasó de brillar por su ausencia a hacerme dudar si me tenía la sorpresota del año con la filarmónica de Fonseca, las rosas, los chocolates, el corcel y Romeo Santos, todo junto en la tarde de mi cumpleaños, pero me dejó turuleta cuando me entró un mensaje casualísimo.

                                                         


WTF


Ya había dejado el alivio atrás, con ese mensaje estaba contrariada, pero cuando vi a Juan Fe entrar al restaurante, pasé a la rabia absoluta contra Atuta. ¡¿Qué clase de novio lo felicita a una con un Whats App de cumpleaños?!
Fue una comida deliciosa. Adelantamos cuaderno de nuestras vidas, nos reímos y, por supuesto, hubo CFI.
                                                                                        C ontacto
                                                                                        F ísico
                                                                                        nnecesario

El arma secreta para conquistar. ¿Qué es? Cualquier contacto innecesario. Como poner la mano en su brazo cuando me río, la cabeza en su hombro mirando un recuerdo o quitarle algún mugresito de la ceja seguido de una caricia miniatura sin que él se de cuenta que estoy programando su mente para sentirme cercana. Y, por supuesto, sin la más mínima evidencia de coqueteo. Divinos los hombres que juran que ellos son los que no conquistan a nosotras las mujeres.

Juan Felipe

La invité a un almuerzo muy equis y me la levanté. 

Catalina

¡Obviamente tenía a Atuta atravesado en la cabeza! Haber, no soy una sádica. Pero enserio no aparecía por ninguna parte y fue justo cuando Juan Fe preguntó “Bueno y ahora ¿a dónde vamos?” que me di cuenta que lo único que salvaba a Atuta en esta relación era el puesto que él me daba a mi. Y no me pareció justo con él. De verdad fue un momento epifánico donde entendí que el balance de la relación no estaba bien. O sea, si él fallaba con aparecer en mi cumpleaños, sentí que ya no quedaba mucho que me pudiera aportar. Y se que es difícil creer, pero en ese momento tomé la decisión de terminarle en “el fincho” que nos íbamos a ver.

Y era mi cumpleaños.

Y nadie me había celebrado nada.

Y me sentía olvidada por todos. Hasta por mi mejor amiga.

Le dije a Juan Fe que fuéramos a mi casa. Yo sabía que no iba a estar nadie; no porque fuera a pasar nada ni nada, sino porque que no soportaría el desazón con que mis papás lo tratarían.

Solo quería no estar sola en mi cumpleaños.

No le veía nada de malo.

En serio.


Juan Felipe

En camino a la casa de Cata, me llama Mari. El desdén no quiso contestarle. No es que le estuviera poniendo los cachos ni mucho menos, solo no quería hacer sentir incómoda a Cata… ni a Mari; las quería cuidar a las dos.   
Llegamos y todo se desenvolvió en esa típica ambivalencia de exnovios; entre el pasado y el presente, entre la confianza conquistada hacía años y la nueva conquista, entre moralismo y las ganas. Hasta que al fin y al cabo, las firmes líneas de los límites empezaron a derretirse por la calentura que me generaba el cuarto de ella y sus recuerdos en cada esquina y en cada sábana.

           Al principio solo estaba a su lado, nada de ser infiel.

Luego solo tenía mi mano en su pierna, nada de ser infiel.

         Después le di un beso en la frente, nada de ser infiel.

           Luego le di un beso en el cuello, seguía sin ser infiel.

Ella se dejó y pasó su mano desde mi cuello metiendo los dedos entre mi pelo detrás de la oreja, inclinó su cabeza mientras acercaba su boca a mi oído y murmurando me dijo “me haces mucha falta”.
Se inclinó, sentí sus manos suaves, su pelo liso, sus tetas sobre mi y su aroma a pervertida que siempre me había descualquierado. Me miró a los ojos mientras se mordía el labio inferior levemente, pero apartaba la mirada rápido con duda. ¿Producto de una voz en su conciencia? No sé. No creo.  

Le di un beso, sólo un beso para no ser infiel del todo.

Ella se apartó, se miro hacia abajo, un suspiro coqueto elevó sus ojos hasta enganchar los míos y me dijo “Esto no esta bien. Si quieres, te puedes ir.”

Pero las güevas azules ya no tenían opción y Cata lo sabía.

Catalina

La decisión fue de él realmente. Yo ya había terminado con Atuta en mi cabeza y sí, me faltaba hacerlo en persona, pero en mi conciencia yo ya estaba tranquila que no iba a continuar con una relación basada en mentiras cachonas. Yo le di la opción a Juan Fe de irse y el no tomó la salida. Yo no puedo puedo velar por la fidelidad de otro.

Juan Felipe

Ya que. Ya entrados en gastos, había que disfrutar el momento con toda. Las ex no son amigas, son comida. Y jue-pu-cha, sí que nos dejamos llevar.


Catalina


Catalina



¡Cataaliiiinaaaa!




CA TA LI NA






Uf.





Que delicia. Que cagada con Mari, pero marica… no tenía porque enterarse. No iba a volver a pasar, le haría mucho daño y ella no se merece eso tampoco.

Catalina

Rico.

Atuta

Mi estrategia era perfecta. Si la nadie la felicitaba en todo el día y luego los reunía a todos en la fiesta sorpresa, se iba dar cuenta que todos realmente sí estaban pendientes de ella. 
No fue fácil contactar a todos los primos y amigos con los que se graduó del colegio. El trabajo lo había empezado un mes antes cuando logré tomarle fotos al anuario mientras Cata estaba en el baño. Rastreé nombre por nombre con ayuda de la mejor amiga y los convoqué a todos a la fiesta. Hice evento secreto en Facebook. Conseguí bombas de helio. Imprimí fotos tipo polaroid nuestras y las colgué de una cabuya con ganchitos de colores. Hasta Myriamsita, que llegó justo a tiempo por estar comprando los pitillos de colores, le hizo una torta que pusimos en la mesa de centro. Mi hermana me ayudó a decorar todo: los manteles, el confeti, el caminito de flores desde la entrada hasta la mesa de la torta. Inclusive, alquilé un parlante para ponerle nuestra canción cuando llegara.

Catalina

Estábamos acostados en mi cama abrazados sintiéndonos uno al otro sin ropa, consintiéndonos la piel con cosquillitas post polvo, cuando me entra un mensaje de mi mamá.

                                           


Uno. ¿Qué clase de adulto deja el gas abierto? Y dos. Tenaaaaz no felicitar a la hija de cumpleaños.
Me paré de la cama y le dije a Juan Fe “acompáñame a cerrar el gas a la cocina”. El se paró y yo salté a su espalda para que me cargara como lo hacíamos cuando estábamos cuadrados.
Me cargó escaleras abajo.

Atuta

La fiesta era en su casa.

Juan Felipe

Marica.
Cuando oímos las voces de la gente, yo ya había dado la vuelta en la escalera caracol de su casa con cata a cuestas y teníamos todos los ojos sobre nosotros. Quedamos estáticos, estatuas, obnubilados como si la quietud sirviera de camuflaje.

Catalina

La imagen en la cabeza de mi mamá, mi papá, mis primos grandes, mis primos chiquitos, casi toda la promoción de mi colegio, mis amigas de la universidad, Myriamsita, ¡mis abuelitos! y Atuta, era la siguiente: Juan Fe, completamente desnudo, llevándome a mi completamente desnuda atuta a la cocina a cerrar el gas, mientras sonaba “Prometo” de Fonseca en el fondo.
Sonaron unas llaves caer al piso.
Eran las llaves de un BMW nuevo, las cuales mi mamá dejó caer como reflejo telenovelesco de lo que estaba ante sus ojos. Era mi sorpresa de cumpleaños. Sorpresa.

Atuta

Y, como me bajaron a mi novia atuta a la fiesta que yo le llevaba un mes preparando, desde ese día me dicen Atuta.

Bien rota le deje la jeta a Juan Felipe anoche.

Juan Felipe

Mari me perdonó, es una linda. Ahora me toca explicarle el rasguñito que tengo en la cara.

Catalina

Atuta sí le reventó la nariz a Juan Fe. Pero fue un puñito que le dejó los nudillos, y por ende, las almohadas más rojas que sus rosas. Supongo que ambos son tan frágiles como sus egos.

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