Una historia cochina
Un cuento para mayores de edad. 18 +
Una historia cochina
Las señoritas de treinta no existen, no nos digamos mentiras; sólo somos señoras que no nos hemos casado o ya no nos casamos, por decisión propia, bipolaridad o golpe de ala. Alguna vez quise y luego se me pasó la maricada.
MARICADA
/ma·ri·ca·da/
(adj.) Palabra que uso como mecanismo de defensa a modo de racionalización contraria de algo que realmente añoro.
Me dio más duro cumplir 31 que cumplir 30 porque para el tercer piso hay cierta preparación psicológica, para el siguiente añito no hay piso nuevo, solo canas y tetas no tan dispuestas a pelear contra la gravedad. Pero a pesar de no ser la veinticinco añera que alguna vez fui, todavía tengo lo mío o sino que se los cuente esta historia. (guiño guiño) Aquí vamos empoderada por las del Instagram.
¿Listos para una historia cochina, deliciosa, preocupante, inmejorable y ¿ya dije cochina??
Yo no estoy segura, pero acá va. Agárrense bien.
Se podría decir que todo empezó en segundo semestre de psicología. No, en verdad no, pero ahí sí fue donde me tragué pesado de uno de los personajazos de esta historia. Molestábamos mucho, lo cual me he venido a dar cuenta, me enamora. ¿Su nombre? Pues obvio no voy a decir el real, así que llamémoslo emmm Joaquín. Él me tenía en la friendzone tristemente y un semestre después, se fue de intercambio a Italia y no volvió hasta estas vacaciones… y qué vacaciones.
El segundo protagonista de este trio ¡¿QUÉ?! Perdón… de esta historia es otro guapo. También de la universidad, también play, también guapo. ¡OH SÍ! Que vivan los guapos. Pongámosle un nombre compuesto para hacer justicia a su nombre real; pongámosle Juan Andrés.
La noche
Tenía que entregar el reporte esa tarde en la oficina. ¿Cuál reporte? Uno importante pero eso no es lo importante. Estaba nerviosa, pues de ese reporte dependía el ascenso o la puerta. Al entregarlo, tomé la imbécil decisión que siempre tomo con el calvito de mi jefe, fui coqueta. Me ascendieron. Las influencers decepcionadas de mi coqueteo. Me vale huevo, soy una capa, que se sabe maquillar. Decidida a gozarme mi ascenso averigüé qué planes había con mis amigos, pero no esperaba gozar tanto.
Era la fiesta de Patricio, pero tenía miedo que mi exnovio estuviera con su nueva ruca, por lo que envié espías a asegurar el área. Mis amigas, que obvio son menores que yo en edad peor mayores en madurez, llegaron y me confirmaron por el interno que no había moros en la costa.
Cuando llegué sólo vi buenas noticias: Ernesto tampoco estaba, menos mal (esa es otra historia); Pedraza, el hijo del calvito, tampoco estaba (también otra historia, otro drama) y por último el tenista estaba con su esposa entretenido así que no me iba a coquetear ni me iba a armar tanto chisme como siempre. Yo sé; todos del mismo círculo social y amigos entre ellos, incluyendo a mi exnovio. #AyyyMarcela, yo veo una oportunidad de mejora ¿Uds no?
El caso, carne inmaculada por mis garras en esa fiesta, pero yo no iba en ese plan… les juro. Últimamente no me llama tanto la atención “levantar”, porqué me vine a dar cuenta que levantar algo vacío no saca músculo.
Le escribí a Juan Andrés, habíamos hablado antes esa semana; le dije que estaba donde Patricio, que cayera. Así fue y cayó con Joaquín.
Son el par de manes que jamás JAMÁS pensé que se fijarían en mi y pues no es que se hayan fijado en mi, no nos digamos mentiras, se fijaron en la oportunidad. Y yo también.
Juan Andrés me contó que se había divorciado hacía un mes. Con razón estaba en esa fiesta. Wow, ya estamos grandes: baby showers y divorcios colorean estas épocas. Procedí al apoyo moral clásico de buena amiga. Me dijo que estaba bien y acto seguido él puso el tema. Me dijo que se moría por la hermana de Ernesto, que alguna vez había pensado en un trío con ella, pero su esposa se había retractado. Supongo que las cosas sí estaban como mal como para haber roto la intimidad así. ¿Romper la intimidad por haberlo propuesto o por haberse retractado? No sé, juzguen uds dependiendo de su definición de intimidad. Retomando, a modo simpatizante le hice el comentario como para generar confianza ¿cómo para empatizar?... excelente pregunta.
“mi fantasía es tener un trío con dos manes”
Palabras atrevidas que sí vivían en mi ficción subconsciente, pero que tal vez ese es su hábitat natural y punto. Pensé que el comentario quedaría en el aire, colgado de algún hilo de su imaginación. O, incluso, pensé que me descartaría la idea con un “Uyy no Marce, suerte con eso”. Lo cual lo hubiera considerado normal y más viniendo de tremendo guapo multimillonario de labia exquisita que tenía enfrente.
Pero no.
Sin meditarlo, sin pensarlo demasiado, haciendo caso a sus impulsos morboentusados, que lo obligaron a cruzar las piernas, se volteó y sin pelos en la lengua le preguntó a su amigo “Oiga Joaco, ¿Ud haría un trío con Marcela y conmigo?”
Yo me reí.
Joaquín dijo “Sí”, un sí sencillo y simple; casual.
Jueputa, ¡¡todo menos casual!!
Yo me preocupé, me ilusioné, me emocioné, dudé y me serví un guaro.
Lo que pasó a continuación no fue más que tres adolescentes de treinta y pico años aclarando en sus cabezas la logística de un evento que no estaba del todo concretado. Buscando un dónde, sabiendo que no había dónde y jugando a ser espontáneos, jóvenes y libertinos. Mientras tanto, callábamos con alcohol la conciencia, que prendía una alarma de estar rayando con el exceso y que, a su vez, dicha alarma de peligro de lo inexplorado, aumentaba más el deseo y con eso, la humedad entre mis piernas.
Juan Andrés se había devuelto a vivir donde sus papás después del divorcio, Joaquín se estaba quedando donde sus tíos pues estaba de vacaciones y yo…. marica, yo vivo con mi mamá. En medio de la incredulidad de lo que estábamos concretando entre los tres y luego de considerar cada una de nuestras casas y hasta moteles (pero nos pareció paila porque teníamos un sentimiento extraño entre culpa y pena de ir a un motel), decidimos ir a la casa de los abuelos de Juan Andrés. ¡¿QUÉ?! ¿LOS ABUELOS? ¿Y LOS ABUELOS ESTABAN?
Sí, sí y sí.
Pfff disque culpa y pena; ni cuenta nos dimos de que esto era peor, ni cuenta nos dimos de que la culpa y pena era con el vacío de nuestros empoderados corazones, pues el deleite efímero no empezaría a hacerlo menos grande. Pedimos el Uber, la emoción crecía al igual que el volumen de las voces en mi cabeza.
Par de guapos. Pero no me conocen bien. ¿En que te metiste Marcela? Uf que bien, que liberación sexual tan deliciosa. Uf que mal, que exceso de lujuria. ¿Por qué me cohíbo? No me gusta estar sola en esto. Estas más que acompañada. Sí, pero compañía no es intimidad. Marica ya tengo treinta y un años, debería poder hacer lo que quiera. ¿Es lo que quieres? Es una vez en la vida. Eso dijiste de todas tus cagadas anteriores. ¿Qué tiene de cagada? Según las feministas de Instagram, nada. Entonces ¿por qué la conciencia no se calla? No sé. Cállate tu, deja la maricada y cuenta los detalles ya.
A lo que vinimos, lo cochino
Fuimos los tres tristes tigres a las tres de la mañana a comprar tres condones. Luego, llegamos silenciosos, como adolescente después de remate de prom, a la casa de los abuelos de Juan Andrés. Nos recibió una sala blanca, antigua, que nunca se imaginó que algún día sería el set de un porno que nadie grabó… desafortunadamente. Mentira no, eso si ya era demasiado. ¿Qué es demasiado? Shhht…Volvamos.
Salimos a la terraza, pues no había peligro alguno que fuéramos a hacer esto sin cruzarnos. Era la tercera vez que fumaba porro en mi vida. Creo que ya están entendiendo lo escalado que es todo esto para mi. Los abracé a los dos. No me la creía. Y aunque la coordinación nunca haya sido lo mío, les consentí la nuca a ambos mientras fumábamos y tomábamos. Definitivamente no tenía ni idea como iba a salir esto para la Marcelita descoordinada, morronguita y medio loser, pero que por supuesto tenía lo suyo. Les dije que era la primera vez que hacía esto como para que no subieran demasiado sus expectativas y los pudiera sorprender. Era la primera vez de ellos también: al parecer no somos tan “liberados” sexualmente. Quería hacer un performance estelar y para esto tenía que sentirme estelar. Tenía que dejar que me tocaran toda, lo lindo y lo feo y que me disfrutaran de principio a fin. Tenía que contentar a dos, tanto como quería que ellos me contentaran a mi.
Me empecé a dar besos con Joaco mientras Juan Andrés me daba besos en el cuello y me empezaba a tocar. Sus manos debajo de mi camisa negra y empecé a sentir cuatro manos sobre mí, mientras ellos solo contaban con una de las mías. Cuatro manos que hacían lo que querían conmigo. Tenía todo el control mientras perdía todo el control. Tenía a dos guapos a mi disposición. Mi cabeza me atacaba, mi cuerpo me agradecía. Juan Andrés me desabotonó la camisa. Seguíamos en la terraza y hacía frío, lo cual era perfecto pues tenía quienes me calentarán mientras mis pezones se mantenían firmes, divinos. Juan Andrés me los besó mientras Joaquín me daba besos… en la boca. La mano de Juan bajó por mi abdomen y conoció mi barriga, esa mano entendió que yo no tenía un cuerpazo. Que angustiaaaaa. ¡No Marcela, no: insegura no, esto es empoderamiento femenino! Su mano bajó hasta mojarse y veo éxtasis llegar a la cara de Juan Andrés al sentir sus dedos empapados. Que alivio.
Sus dedos en mi parte más sensible, con la presión exacta y otras tres manos en mi culo, en mis costillas y en mi cabeza. NO-ME-LA-CREÍA. Paré un segundo y les quité las manos. Les dije “vamos adentro”. Me hicieron caso. Que bien; yo estaba a cargo.
Fuimos a la sala albina, donde las pobres porcelanas nos miraban sin poder participar. Joaquín en mi espalda, Juan Andrés frente a mi. Me tocaron, me besaron, me quitaron prenda por prenda mientras yo me vestía de autoestima, creo. Fake it till you make it, supongo. Tenía un brassier con mil broches, pero era sexy les juro; treintañera sí pero sexyñera también. Juan Andrés no lo pudo quitar, pero para eso tenía al otro. En nada, estaba en bola. Desnuda, en bola, en pelota, en virula, en fatuta almendra. Y los otros dos personajes, vestidos. Claramente eso no se podía quedar así. Empecé a quitarles los pantalones, ellos se ayudaron pues el afán consecuencia de la arrechera acelera esos procesos.
Un pensamiento atacó mi mente “esto esta muuuuy mal” y, no debí, pero ese pensamiento me hizo sonreír. Como cuando uno acepta que ya rompió la dieta y no queda más opción que chuparse los dedos de Nutella con una sonrisa sin pudor, sin pensar en el futuro, en la gordura, en las consecuencias.
Me recostaba contra Joaco mientras Juan Andrés me introducía sus dedos. Nos pasamos al sofá… creo. No me acuerdo bien: ese es el precio de las sustancias. No importa, lo pago. Me pusieron en cuatro apoyos, como diría un entrenador de gimnasio. Juan se puso uno de los tres tristes condones y me comenzó a follar. Con cada entrada de Juan Andrés, mi cuerpo se balanceaba hacia delante donde tenía a Joaquín sentado en el sofá. Me angustiaba de ha momentos pensar que no estaba tan duro. ¿Producto del porro? ¿Producto del alcohol? ¿No le gustaba verme con Juan? ¿No le gusto yo? ¿Todas las anteriores? No sabe, no responde.
Era cuestión de ponerlo en mi boca. Completo. Para que cogiera su mastilidad de nuevo. Lo disfruté y me disfrutó y me disfrutó el otro y disfruté a ese también. Que rico fue tenerlo entre mis dientes, subir y bajar la lengua y volverlo mío como dedos de Nutella. Me dejé llevar por la música: una playlist “sex” sonaba desde mi celular. Cerraba los ojos, se me escapan gemidos que se cortaban con una de las manos en mi boca para que hiciera silencio pero terminaba lamiendo esos dedos también. Mi conciencia naufragaba en sustancias psicoactivas, se me olvidó donde estaba, se me olvidó con quienes estaba, se me olvidó en qué cuerpo estaba, esas cosas ya no importaban en esta nueva dimensión. ¿Rico? Sí ¿Bueno? No. El dilema cambiaba de transparencias a lo largo del acto.
Me voltearon, esta vez Juan Andrés en el sofá y me metió los dedos por detrás. Demasiadas primeras veces ese día. Delí. Sentí tres tristes dedos felices. Ya me imaginaba para qué la antesala de esos dedos y no me chocaba la idea. Pero paró.
Sacó los dedos. Sentí el olor. Él se fue al baño. OMG OMG OMG. ¿Qué desastre hicimos? No marica, porfa no. Yo seguí con Joaquín, no quería que él se diera cuenta de nada.
En medio de la loquera, se prenden las luces casi innecesarias ya que el amanecer estaba cerca como el orgasmo de Joaquín. Yo concentrada en solo un hombre no me di cuenta que ambos abuelos estaban parados viendo tremebunda escena.
No puede ser.
Sí.
#AyyyMarcela
Yo sé. ¿Por qué termino en estas?
Bueno pero ¿qué pasó?
La escena era la siguiente: dos completos desconocidos follando en el sofá blanco ya no tan blanco de la sala mientras las porcelanas de bailarinas servían de perchero para toda clase de prendas, dos botellas de guaro y marihuana por toda la mesa de centro, y su nietesito en bola en el baño con popó en sus dedos. Sí. Popó. Osea.. olía.
Me da risa nerviosa contarlo y todo.
Lo que pasó después fue el protocolo no escrito de tratar de descagarla LITERALMENTE. Nos levantamos despacio sin poder mirar a los ojos a los dos ancianos que permanecían pasmados en una esquina de la sala con la misma mirada que tenía yo conmigo misma. Buscamos nuestras prendas tratando de taparnos lo que nos habíamos conocido hacía pocas horas y buscamos dónde escondernos. ¿Dónde puuutaas nos escondíamos ahora? Para completar la cadena de decisiones debatibles, nos metimos en el baño con Juan Andrés y cerramos la puerta.
Una vez adentro, los tres tristes tigres nos miramos a los ojos con pánico y empezamos a caer en cuenta de cada elemento perturbador de esta historia. El guaro. La marihuana. El trío. La cagada. Los sofás blancos ahora con un decore único. ¡Encerrarnos en el mismo baño! Bueno ya qué. Nos vestimos mientras maldecíamos la situación en voz baja. Salimos del baño. El par de viejecitos seguían de pie pues no hallaban donde sentarse. Que mierdero.
Joaquín y yo nos despedimos de lejitos de los respetables antecesores de Juan Andrés y emprendimos nuestros respectivos walks of shame, mientras el nieto se quedó limpiando toda la casa.
Llegué a mi casa a las seis de la mañana a avisarle a mi mamá que ya había llegado. ¿A las seis? Sí. Pinches tres horas exquisitas que ya se habían acabado. Así no más. No se debería llamar polvo, sino pólvora: momento chiquitico de luces espectaculares seguido de un humo que huele a mierda.
La siguiente pregunta sería ¿Valió la pena? No sé. ¿Romper la dieta vale la pena? A veces. ¿De qué depende? Tal vez no depende de la Nutella, depende de quién seas. Y aunque no quiera ser la descoordinada, morronguita, medio loser; ser un polvazo no es precisamente la solución, solo un coeficiente más de la ecuación Marcela. Y sí soy un polvazo y sí hago lo que quiero, pero que maricada. Y si no hubiera terminado en abuelitos traumatizados y popis; igualmente hubiera terminado en sobredosis de voces en la conciencia, la cual, a diferencia mía, es incapaz de mentirse a sí misma. Que maricada. Que maricada nublar liberación sexual con empoderamiento. Que maricada influenciarnos para desnudarnos ante hombres, ante cámaras, ante el mundo haciéndonos creer que es valentía. Tal vez la inseguridad no se combate con libertinaje. Valentía sería decirle que no a un impulso; eso sí saca músculo en el alma por lo menos, en mi caso, no se el de ustedes. No juzguemos a Marce. No es que me arrepienta, es como cuando me pinté el pelo de amarillo: eventualmente iba a hacer que pasara, pero ya aprendí que el pelo amarillo daña el pelo mismo y tuve que cortarlo para poder volver a pintármelo de un color más tranquilo, más acorde a mi pelo.
¿Quién, a los treinta y un años de edad, ha tenido una noche como ésta? Creería que sólo yo. Obvio no pude dormir, entonces me senté en el escritorio, di unos cuantos unfollow en Instagram y comencé a escribir.
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