Gorda, porfa supéralo mk

Gorda, porfa supéralo mk

Él le rompió el corazón, lo cual se desencadenó en una tusa una go- no- rre- a. Lloró, extrañó, sintió el dolor, paró de comer por falta de apetito y porque de repente no entendía para qué, le contó a todos a su alrededor, se adelgazó y hasta leyó libros de autoayuda. Sus amigos y familia la apoyaron y la sostuvieron cuando ella ni siquiera podía pararse de la cama. Le celebraron sus pequeñas victorias como ducharse o como almorzar. Yo sé, que darksPoco a poco ella fue funcionando otra vez y pudo volver a la universidad. Lloraba en los baños en silencio y el papel higiénico institucional se deshacía en sus manos formando una seba de pastas con lágrimas y mocos. Perdió dos materias, algo que jamás le había pasado antes. Se arropó las tristezas con poesías para no sentirse sola en su dolor. Googleó como salir de esto. Siguió todas las páginas de internet, todas las instrucciones y todas las recetas.  Le pidió a Dios y sintió calor en su corazón.

Y la tusa pasó, pero la superación no llegaba.

Y por superación me refiero a sentir que realmente había salido al otro lado. Superación como poder cerrar los ojos mientras besaba a otro y no imaginárselo. Superación como poder ver un vestido de novia y que no se le escapara una sonrisa viéndolo a él a su lado en el altar. Superación al final de una película romántica. Superación a las tres de la mañana un viernes y a las cinco de la tarde un domingo.

No, esa superación no llegaba. Pero ella estaba decidida en llegar a ella, en encontrarla.

Peeeero entonces él la buscó a ella. Clásico, tusa terciaria de los hombres. Y ella cayó. Y el enamoramiento se mezcló con un sentimiento de retroceso en el proceso que tanto trabajo le había costado. Pero volvió a sonreír y volvió a sumergirse en los brazos que la envolvían mientras sus ojos estallaban de amor. Si bien había perdonado los errores de hacía meses, volvió ese yonosequé que no dejaba que la relación fuera nueva, sino que seguía con las mismas fallas maquilladas de otro color. Y entonces golpeó a la puerta la ansiedad.

Mierda, la ansiedad.

No la dejaba respirar, aceleraba el corazón, ejercía presión en la parte superior de la cabeza, le quitaba el sueño, incrementaba las inseguridades y bajaba el autoestima de la niña, quien empezó a sentir que todo su dolor había sido en vano. Que el dolor se siente pero el sufrimiento se escoge, que estaba atrapada entre el extrañar y el dudar, que si de amor no moriría de confusión tal vez sí. Maldita ansiedad que le gritaba en su cabeza que no había sido capaz de superarlo y que devolverse a algo que la había decepcionado no era la solución, bendita ansiedad.

Se armó de valor, de perrenque, de coraje y con un respiró profundo que la prepararía a ella misma a desgarrarse por dentro, terminó aquella relación, tratando de alejarse de las voces en su cabeza, que la tenían tan intoxicada a raíz de un hombre que no había cambiado y de una relación vieja, vencida, picha pero exquisita... uff deliciosa. Bendijo el dolor que la apartaba de él.

Y volvió a entristecerse, claro que sí, pero esta vez siguió funcionando en su vida, pues aquel dolor ya no era extraño, ya se había acostumbrado a él. Su objetivo era superarlo y esta vez vamos que vamos, vamos con toda equipo, just do it 💪; a superar a este ser que dejó marcas irreversibles en su alma. Pero las personas a su alrededor ya estaban cansadas, ya habían lidiado largo con el tema, entonces no disponían tanta atención ante los quiebres del corazón de la joven. Cada ayuda que buscaba terminaba en un “gorda, porfa supéralo mk, ya es hora”. Lo peor es que ¡ella estaba de acuerdo! y decidió no contar más para no sentirse tan bruta, tan ilusa y para ver si eliminando el tema de su vida, eliminaría el tema de su corazón y por fin POR FIN lo superaría.

Y no, no lo superaba.

Él la llamaba y la buscaba. Supongo que era otro dolor y otra alma. Ella le pidió que si la quería, que la dejara ir, pues ella ya había pintado un norte y tenía la esperanza de llegar a éste. Él respetaba sus peticiones por largas temporadas pero a veces se encontraban en reuniones, en la calle, en Instagram y en sueños.
Ni mierda, no quedaba más opción que buscar a los expertos; había que llamar psicólogo. El experto recomendó nada de contacto, esa sería la cura, y tratar de buscarse otro por ahí.

Ella lo bloqueó de FB, de Instagram, de Snapchat, de llamadas y hasta cambiaba las rutas para no pasar frente a su oficina. Pero ya habían pasado dos años desde el día que él dejó caer el corazón de la niña al piso de concreto y ella no lo superaba. Entonces abrió Tinder y Bumblee y Happen y hasta Catholic Match, buscó nuevas dinámicas y nuevos grupos y nuevos besos. Meh… Los hombres nuevos no servían por perros o por brutos y menos cuando la sombra de él oscurecía cada swipe right. Sin embargo ella se esforzaba, sólo lo quería superar.

Aunque bloqueado estuviera, él se las arregló para poderla ver. No fue difícil encontrarla, ella estaba en el mismo lugar de siempre: atrapada en su cabeza. Él tampoco la había superado a ella y decidió hacer un último esfuerzo. Le pidió matrimonio y le pintó un futuro maravilloso, viviendo juntos y amándose cada noche y cada mañana. Pero el no poderse superar uno al otro, no le pareció a la niña argumento suficiente para casarse.

¿Se equivocaba? ¿Cuál es argumento suficiente? ¿El amor es es suficiente argumento? ¿Es un argumento?

Entonces el futuro de la joven se pintaba entre dos escenarios: una vida de extrañarlo o una vida de ser una decepción para ella misma. Optó por la primera y le dijo que no, lo único que ella quería más que a él era superarlo. El solo pensar en serse infiel a los alaridos de su mente que la invitaban a la superación, la desgarraba; pero una vez más, el solo pensar la desgarraba. 

Eventualmente llegó el temido día. Él la superó a ella, cayó en los brazos de otra mujer, una buena. Eso dolió. Pero el dolor ya hacía parte del estado natural de una joven que se mecía entre la entereza de un futuro esperanzador y la resignación de saber que jamás conocería amor igual.

Pasaron más meses y más años.

Ella estaba bien. Trabajaba, reía, salía y perreaba al son de un reggeatón que explicaba poéticamente su situación a la perfección, pero ¿ya había vencido el mal del corazón? No, la verdad no. Se sintió patética y hasta le sacó chiste. Cuando se atrevía a hablar de su situación con algún amigo nuevo, a quien no hubiera drenado ya, este le decía “tranquila, dale tiempo” y dejaba el tema de lado porque, juepucha, ya había pasado demasiado tiempo, ya era hora de que lo hubiera superado.

Y ella le preguntaba a Dios si el tiempo lo cura todo y Él decía que sí y ella veía a amigas entusadas que llegaban a la superación y pensaba que no podía ser la excepción, que eventualmente, si seguía sin contactarlo y siguiendo las instrucciones divinas, piscológicas y de Google, lo lograría.

Pero sí era la excepción. Increíble. No parecía haber cura para este curioso caso de capacidad emocional inferior al promedio, ni siquiera: inferior al primer percentil.

Hasta se volvió a cuadrar con otro, pero cuando terminó, la tristeza no fue por el segundo sino por el primero. Pasaron los años, inclusive, pasó tanto tiempo que ya ni se acordaba de su cara del todo pero sí de su manera de abrazar. Escribió cartas y poemas y cuentos y canciones y pintó y dejó el alma en el escenario y aceptó el dolor y aceptó la ausencia y extrañó. Hasta publicó su arte sin miedo a que él lo leyera algún día; sin miedo a la crítica, ya valía madres.

Se hizo vieja, ya no pudo tener hijos, ya no se casó. Pero eso no era grave. ¿Lo grave? Seguía pensando en él, mientras que él ni se enteraba y menos su esposa y sus hijos. Los psicólogos se partían la cabeza pensando en que caso mas extraño. Hicieron congresos con su caso, la recetaron los psiquiatras, hasta le recomendaron oraciones de liberación pensando que ya era algo sobrenatural. Estaban ante el único caso en el mundo y en la historia donde el tiempo no curó el desamor, donde la superación no llegó y tampoco se dejó encontrar.

Para sorpresa de muchos, ella fue feliz, tuvo una vida plena, risueña, exitosa y sola. Simplemente se casó con el extrañar, con el vacío, se completó ella a ella misma y aceptó que aquel amorío universitario era parte de ella hasta el final. Le hizo falta dormir a su lado y le hizo falta un hombre en todo caso, pero sobrevivió y vivió. Alcanzó muchas metas, excepto aquella que se pintó a sus veintitrés. Superó situaciones duras, superó muertes, superó quiebras, superó enfermedades pero a él, jamás lo superó.

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